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You’re at a club. The DJ drops a Detroit classic, but no one seems to notice. Five minutes later, a track with recycled vocals and a TikTok-friendly formula hits, and the crowd erupts. There’s no choreography, just phones in the air. And you wonder: is anyone actually listening?
We’re living in a time where musical taste is giving way to aesthetics, algorithms, and the need for instant validation. It’s not the younger generation’s fault—they grew up with endless scrolling, mega-festivals, and music optimized for platforms. But let’s be honest: everything’s starting to sound the same, and electronic music is no exception.
These days, everything seems made to last seconds. It no longer matters if a track has history, if there’s a narrative in the set, if the music builds something. What matters is that it feels familiar, that it works for video, that it has that hook—even without context. We’re not saying new music is bad. But we are saying we’ve stopped asking for more.
Popularity no longer comes from hours of digging, following the vision of a record label, or spending years crafting a sonic narrative. Now, all it takes is a cool SoundCloud cover, a polished Instagram aesthetic, or getting featured in a trending reel. “TikTok techno”—that generic, repetitive, and effect-driven sound—isn’t a genre. It’s a symptom. Music stopped being a journey and became a product designed to sound good in the first 7 seconds.
This has also brought on a wave of DJs whose value isn’t in their musical proposal, but in their visibility. It doesn’t matter if the set is flat, if the mix tells no story, if they recycle the same tracks you’ve heard in a hundred reels. What matters is they’re in the photo, in the aftermovie, in the trending playlist. And in front of them, a crowd that claps without really knowing what they’re listening to, as long as it’s something they recognize.
To be clear: this isn’t an attack on the new generation. Not everything new is bad, and not every throwback proves a point. There are young artists with a solid vision, with admirable taste and aesthetics. But they have it harder—because the system rewards virality, not depth.
The question isn’t whether new music is bad. The question is: are we truly listening? Do we still value sonic storytelling, risk, musical digging, the knowledge behind a set or an album? Because if we stop demanding more—as listeners, as a community—what we’ll get will be more flat, more predictable, more artificial.
Electronic music was born to break molds. To provoke. To unite. If we let it become background noise for a reel, we all lose. Maybe today, the most underground thing you can do… is have taste.
TikTok techno, DJs sin historia y fans de plástico
Estás en un club. El DJ pone un clásico de Detroit, pero nadie lo reconoce. Cinco minutos después suena un track con vocales recicladas, una fórmula de TikTok, y la pista explota. No hay coreografía, pero sí celulares grabando. Y tú te preguntas: ¿alguien aquí realmente está escuchando?
Vivimos un momento en el que el criterio musical parece estar cediendo ante la estética, el algoritmo y la necesidad de validación inmediata. Las nuevas generaciones no tienen la culpa de haber crecido entre scrolls infinitos, festivales masivos y música optimizada para plataformas. Pero es evidente: el gusto musical se está homogeneizando, y la electrónica no es la excepción.
Hoy todo parece diseñarse para durar segundos. Ya no importa si el tema tiene historia, si hay narrativa en el set, si el track construye algo. Lo importante es que suene familiar, que funcione para el video, que tenga ese “algo” que engancha sin contexto. No estamos diciendo que lo nuevo sea malo. Pero sí que estamos dejando de exigir.
La popularidad ya no se construye con horas de exploración musical, con el seguimiento fiel a sellos discográficos o años perfeccionando una narrativa sonora. Ahora basta con una buena portada de SoundCloud, una estética pulida en Instagram, o que algún influencer lo haya subido a un reel. El “TikTok techno” —como se ha llamado a este sonido genérico, repetitivo y efectista— no es un género, sino un síntoma. La música dejó de ser un viaje para convertirse en un producto que tiene que sonar bien en los primeros 7 segundos.
Esto también ha generado una nueva ola de DJs cuyo principal valor no es su propuesta musical sino su visibilidad. No importa si el set es plano, si la mezcla no cuenta una historia, si repiten las mismas canciones que ya escuchaste en cien reels: lo que importa es que estén en la foto, en el aftermovie, en la playlist de moda. Y frente a ellos, un público que aplaude sin saber muy bien qué escucha, siempre que “esté sonando algo que conocen”.
Ahora bien: esto no es un ataque a las nuevas generaciones. No todo lo nuevo es malo, y no toda la nostalgia es argumento. Hay artistas jóvenes con una propuesta sólida, con un criterio estético y musical admirable. Pero también es cierto que su camino es más difícil en un ecosistema donde la música debe viralizarse para ser escuchada.
La pregunta no es si lo nuevo está mal. La pregunta es si estamos escuchando de verdad, si aún valoramos la narrativa sonora, el riesgo, el crate digging, el conocimiento detrás de un set o un álbum. Porque si no exigimos más como oyentes, como comunidad, lo que vendrá será más homogéneo, más plano, más artificial.
La música electrónica nació para romper moldes. Para incomodar. Para unir. Si dejamos que se convierta en ruido de fondo para un reel, perdemos todos. Quizás lo verdaderamente underground hoy sea tener criterio.
Escrito por Mad Radio
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